CIUDAD SIN NOMBRE
Abro los ojos, como siempre, como cada mañana en el trabajo me dejo llevar por ensoñaciones fabulosas. Estos personajes que me invento no son más que fruto de mi aburrimiento, de esta soledad brutal que me empapa el alma. Saldré esta noche a tomar el aire, bajo la luz de los neones se ven las cosas de otra manera. Ah, lo que daría por recordar el nombre de aquella aldea japonesa en la que pasé los cuatro primeros años de mi vida. Allí no había luces de neón. Grillos y el silbido del viento entre los juncos del lago. No recuerdo mucho más. La cara arrugada de mis abuelos... Pero, ni siquiera sus nombres. La muerte vino a llevarse mi pasado en sus personas. Sin ellos... Los recuerdo tanto... Un día vino mi madre y me sacó de allí. Supongo que se arrepintió de dejarme con mi padre en aquel lugar perdido del mundo. No, yo no pertenecía a aquella aldea, pero tampoco soy de este mundo. De este mundo... Ya vuelvo con las ensoñaciones, y mi ángel de la muerte, el misterioso personaje que mi mente ha creado, está al acecho cuando bajo los párpados. Ah, que aburrimiento de trabajo... Llega la hora de pisar las aceras de esta ciudad de pesadilla. No la soporto, pero el dinero no me llega, ni las fuerzas para abandonar esta cuna de ratas y soledad. Es como si una cadena inmensa me atara a los cimientos de esta ciudad sin nombre. Y aquí sigo, por los siglos de los siglos, incapaz de planear mi fuga. Aturdida entre el ruido y el quehacer diario. Pero estas últimas noches algo me sucede. Quizás alguien me espere en la oscuridad, lejos de las luces de esta ciudad. Alguien que sabe quién soy...