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Cuentos de niebla

Fragmento

CIUDAD SIN NOMBRE

CIUDAD SIN NOMBRE ¿Quién eres tú que llegas vestido de negro, alto y silencioso, solemne como un enterrador, con tu larga melena negra y tu cara pintada de blanco?. Sobre tus ojos blancos, de iris tan blanco como los de un pez muerto, una raya de pintura negra. Estás marcado por la oscuridad. ¿Quién eres tú? No te conozco pero ejerces sobre mí un poder que me aterra. Me miras con esos ojos increíbles e imposibles, porque nadie tiene los ojos de un muerto... Si está vivo. Eso parece. Me miras y me coges de la mano y me llevas donde yo no quiero. Dices que has venido a buscarme, que yo no soy de este mundo. ¿Pero te crees que eso va a sorprenderme? No, sé perfectamente que yo no encajo en este mundo de estrés y velocidad terminal. No encajo en mi trabajo como traductora e intérprete de japonés... Yo debería vivir allí y no traducir nada, vivir como me enseñaron mis abuelos... Sin embargo me resigno, y vivo en esta ciudad de mugre que no es la mía. No tienes que venir tú desde lugares innombrables para decirme que no soy de este mundo... ¿Pero a qué mundo te refieres? Me miras con esos ojos blancos, maldito seas, qué quieres...

Abro los ojos, como siempre, como cada mañana en el trabajo me dejo llevar por ensoñaciones fabulosas. Estos personajes que me invento no son más que fruto de mi aburrimiento, de esta soledad brutal que me empapa el alma. Saldré esta noche a tomar el aire, bajo la luz de los neones se ven las cosas de otra manera. Ah, lo que daría por recordar el nombre de aquella aldea japonesa en la que pasé los cuatro primeros años de mi vida. Allí no había luces de neón. Grillos y el silbido del viento entre los juncos del lago. No recuerdo mucho más. La cara arrugada de mis abuelos... Pero, ni siquiera sus nombres. La muerte vino a llevarse mi pasado en sus personas. Sin ellos... Los recuerdo tanto... Un día vino mi madre y me sacó de allí. Supongo que se arrepintió de dejarme con mi padre en aquel lugar perdido del mundo. No, yo no pertenecía a aquella aldea, pero tampoco soy de este mundo. De este mundo... Ya vuelvo con las ensoñaciones, y mi ángel de la muerte, el misterioso personaje que mi mente ha creado, está al acecho cuando bajo los párpados. Ah, que aburrimiento de trabajo... Llega la hora de pisar las aceras de esta ciudad de pesadilla. No la soporto, pero el dinero no me llega, ni las fuerzas para abandonar esta cuna de ratas y soledad. Es como si una cadena inmensa me atara a los cimientos de esta ciudad sin nombre. Y aquí sigo, por los siglos de los siglos, incapaz de planear mi fuga. Aturdida entre el ruido y el quehacer diario. Pero estas últimas noches algo me sucede. Quizás alguien me espere en la oscuridad, lejos de las luces de esta ciudad. Alguien que sabe quién soy...

HORMIGAS

HORMIGAS

Ellas fueron a la tumba.Todas las hormigas del pueblo, negras y brillantes visitaron su tumba. Las había de todo tipo: unas enormes con cuerpos brillantes, otras pardonegruzacas... Eran tantas que cubrían la lápida con sus cuerpos menudos. Ya no se podía leer la inscripción: " Descanse en paz???". Las hormigas se habían apoderado de su rincón de olvido y no había insecticida posible que lograra hacerlas desaparecer. El vigilante del cementerio se subía por las paredes. No podía explicar aquella invasión de hormigas. Desde el mismo día que la trajeron, ellas lo poblaron todo. Y en especial su tumba. El vigilante hizo sus averiguaciones. La difunta era una mujer solitaria que vivía en lo más alejado del pueblo. En la vieja casa negra, la de la mala fama, con sus ventanas tapiadas. En el periódico local apareció la siguiente esquela: "Nosotras te recordaremos siempre. Fuieste nuestra guía".

Nadie sabía de dónde venían la curiosa plaga de hormigas pero se murmuraba que habían ido al entierro de aquella extraña mujer. Una noche el vigilante escuchó ruidos poco habituales cerca del nicho de la difunta, empezó con un murmullo suave, casi como la nana del viento meciendo las ramas. Pero poco a poco el ruido se volvió más agudo, un grito , un aullido de dolor y desespero. El pobre hombre nunca se había encontrado con nada parecido. Se sintió inquieto, atemorizado. Se armó con una pala y una linterna y salió de su garita para enfrentarse con aquello. Lo que vieron sus ojos no fue nada "rutinario"..."