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Cuentos de niebla

LA HUÍDA

LA HUÍDA María vivía en una ruidosa ciudad en compañía de su gato. Trabajaba en una oficina 8 horas al día y se diría que era feliz. O puede que no lo fuera tanto, que su felicidad fuese prefabricada y de cara a la galería como la mayoría de las felicidades de los demás. Sí, quizás María no era tan feliz como todo el mundo pensaba, porque un día sin más desapareció. Se fue sin decir nada a nadie. Dejando al pequeño piso y a su gato muertos de puro asombro. El gato empezó a echarla terriblemente de menos cuando le faltó su plato de comida y comenzó a maullarla como sólo un gato que vive solo con su dueña puede hacerlo. Entonces todos nosotros, los demás, empezamos también a añorarla furiosamente. Añoramos cada una de sus sonrisas, de sus pequeñas palabras amistosas. Echamos de menos sus manos blancas, solícitas y trabajadoras. Hasta su olor se nos fue desdibujando como una traición y la fuimos llorando sin lágrimas, con ese llanto seco que duele por lo secreto. ¿A dónde fue MAría? Nadie lo sabía. Pero dicen que alguien la vió una tarde, sentada en una estación, esperando... Ese "alguien" era yo, que salí a buscarla como un loco, amándola desesperadamente, sin oír en mi cabeza nada más que su suave risa breve. La busqué por toda la ciudad, como quién busca su alma. Yo, su silencioso compañero de trabajo, el que apenas la miraba al pasar, el ocupado, el infeliz que nunca supo abrazar a nadie,ni a ella, María...Ese soy yo, que la vi en la estación, con su pequeña maleta gris, sus ojos secos mirando serenos el andén, los trenes... ¿A dónde vas María? Le dije flojito cuando me senté a su lado. "Me voy lejos. Cuida de mi gato". Y puso en mis manos las frías llaves de su casa. Me rozó apenas con sus blancas manos y sentí que me moría, por no poder gritar, por no poder retenerla a mi lado...¿Por qué te vas? Le susrré sin mirarla. Ella no me contestó enseguida. Dejó que dos minutos se colgarán perezosos del reloj de la estación. "Estoy cansada de mi vida, y soy joven. Tengo ganas de empezar de cero en otra parte. Llevo tres días dando vueltas por esta ciudad ruidosa y sucia, y la ciudad no se ha inmutado con mi presencia, he pasado por ella como un fantasma y como tal me voy. Sin dejar huella..." Yo la escuchaba temblando, sufriendo como una hoja golpeada por el viento, apunto de ser arrancada."María, no te vayas" Dije al fin, con la voz segura, cálida, cercana. "No te vayas...mi amor". MAría me miró con sus enormes ojos tranquilos y sonrió. "Gracias, eres muy amable". Y luego se levantó y sin decir nada más se marchó rumbo a ninguna parte. Lejos ya de mis abrazos,de mi pobre manifestación de amor. ¿Qué podía hacer yo? Quizás, después de todo, no la amaba demasiado...Sólo fue que me faltó algo, que mi rutina se vió quebrada de repente. Sí, puede que yo no amase a María como para retenerla, o puede que sí la amase tanto que no quisiera sujertarla a una vida gris. María se fue dejándome su delicadeza y su valentía como una señal. Volví a mi trabajo, tranquilicé a todo el mundo. María estaba bien, sólo algo cansada y se iba a otra ciudad, para cambiar de aires. Al atardecer llevé algo de comida al pobre gato y me quedé sentado a oscuras en el diminuto salón de su casa. La esperaría, porque María no tardaría en volver. Siempre acababa volviendo...como las estaciones, María volvería. Me dije confiado mientras acariciaba el lomo del agradecido gato.

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